Este año hemos contado la participación de este alumnado:
SEGUNDO A
- LEONOR CHUECO MADUEÑO (POEMA)
- HELIODORO GARCÍA GASCÓN (POEMA)
- ISABEL ANSINO CASADO (POEMA)
- AMALIA GRACIA GIL (POEMA)
-PAULA LÓPEZ ALCALÁ (POEMA)
- KAILA LEÓN BLANDÓN (RELATO)
- NURIA CASADO LÓPEZ (POEMA)
- IMARA ORTEGA CERRILLO (POEMA)
SEGUNDO B
- JOSÉ FRANCISCO RABASCO LÓPEZ (RELATO)
- GABRIEL VALENZUELA RUIZ (RELATO)
TERCERO B
- NEREA DOLORES PANTOJA GALLEGO (RELATO)
- ANTONIO MIGUEL VALENZUELA CABEZAS (RELATO)
CUARTO A
- ALBA MARÍA MELERO PARRAS (POEMA)
CUARTO B
- CARMEN HIDALGO SANTIAGO (RELATO)
A todos ellos el AMPA les ha entregado un reloj por participar en este concurso:
Tras ello, se ha procedido a la entrega de dos vales con valor de 40 euros a gastar en un establecimiento del municipio en material escolar o deportivo. Los ganadores han sido:
- En la modalidad de poesía: Leonor Chueco Madueño
- En la modalidad de relato corto: Carmen Hidalgo Santiago.
Desde el centro, le damos las gracias al AMPA por cu colaboración, al alumnado por su participación y, como no, a los ganadores la enhorabuena.
A continuación, reproducimos el poema ganador y el relato corto:
POEMA
Aún recuerdo esos
días
en los que me
regalabas momentos mágicos y sonrisas,
yo caí en tu maldita
trampa
de creer que
estaríamos juntos toda la vida.
¡Ay de mí, que me has
dejado sin aliento!
¡Ay de mí, que yo te
trataba como un rey,
y tú, a mí, fingías
que también!;
¡Ay de mí, que me has
dejado como el viento,
en un día de verano!
Mientras tú hablas
con esa muchacha,
yo hablo con el
viento, contándole lo que hicimos.
El viento se calla,
no sabe qué decir,
pues hasta él no sabe
lo que sentir.
Me dejaste una huella
en mi corazón,
un agujero profundo
en mí
que conservaba como
un tesoro;
un tesoro al que
quería con pasión.
EL CUENTACUENTOS
De
un país muy lejano vino a vivir un
hombre de tez morena y de aspecto desaliñado, con la cabeza redonda, sin pelo,
pero con evidencia de haberlo tenido alguna vez, su miopía le obligaba a usar
gafas de cristales gruesos que él intentaba disimular con una de esas capas de
plástico que se usan para cubrir el globo ocular. Detrás de su barba canosa y
blanca se escondían los secretos de una vida intensa. Era un tipo raro, con una
forma de vestir descuidada, mal pensado, risueño, astuto y un poco llorón. Pero
tenía aspecto generoso, amable, fiel y de una fortaleza aparente, pero en el
fondo endeble. Llegó a la ciudad sin legado y raudo empezó a conocerse como “el
doctor chiflado”. Destacó por sus habilidades artísticas y su pericia con los
números. Muy pronto ganó el sobrenombre de “maestro”. En aquel momento dejó de
tener singularidad propia. Sus seguidores, hombres y mujeres de una pequeñez
candorosa, seguían sus consejos, siempre muy atenidos.
Una tarde de invierno, mientras que los
habitantes de aquella rara ciudad se ocupaban de sus cosas cotidianas, aquel
hombre, todavía muy común, llegó a reclamar su atención. Las palabras
pronunciadas en distinto tono, calaban en los pimpollos como la lluvia débil en
la tierra mojada. Había descubierto una fórmula mágica que le permitía acentuar
la atención del auditorio. Poco a poco el hombre común se convirtió en un
hombre extraordinario, poseedor de una receta asombrosa con la que encandilar
al difícil público. Con su nuevo método llegó a ilusionar a los oyentes, no
solo a una concurrencia menuda, sino también a los más sabios y experimentados
del lugar. Alegró despedidas, entretuvo tertulias, completó sobremesas el
tiempo que mostró sus afectos, regaló cariño y adeudó ternuras. Sin darse
cuenta, se había ganado el sobrenombre de “el cuentacuentos” y empezó a ser muy
conocido.
Desde
entonces, no paró de contar cuentos. En torno a él se fue cobrando vida un
mundo imaginario y maravilloso por donde corrían geniecillos holgazanes,
caballos amaestrados, príncipes mendigos, encantadores de serpientes, princesas
y sapos. Todos formaron un universo simulado con el que daba sentido a la
bondad, solicitaba respeto, fortalecía la solidaridad, estimulaba el amor, revelaba
la verdad… y, también, la avaricia, los deseos ocultos o las terquedades
humanas. Los personajes vivían felices en la imaginación del contador, que
inventaba e inventaba para ellos experiencias encantadoras.
Un
día, mientras la ciudad dormía, el cuentacuentos se despertó con una sensación
nueva. Sin hacer mucho caso a la impresión, siguió con sus tareas diarias, pero
cuando la ocasión lo requirió, recurrió como de costumbres a sus historias: “Érase…
Algo estaba fallando. Los oyentes del último encuentro habían hecho triunfar su
malicioso hechizo. Sus cuentos no encontraban destinatarios. La gente absorta
en sus quehaceres no quería oír ni hablar del cuento. El interés por el cuento
había muerto definitivamente en la ciudad. Pasaban los días y las sillas
seguían vacías de espectadores.
Cuando
quería contar un cuento y nadie se ponía a la escucha, protagonistas y
antagonistas envejecían 100 días. Pasaban los años y aquellos personajillos,
que tantas historias habían protagonizado antaño, se quedaban una y otra vez
sin función. El enterrador de cuentos le dijo alguna vez que nada podía hacer
al respecto. Todo había terminado para ellos.
Desde
entonces, el cuentacuentos, vacío y con una gran desolación, vagó errático de
un sitio a otro buscando consuelo en la danza, en la música y en las artes
visuales que encontró a su paso. Ninguna le satisfizo lo suficiente como para
sustituirla por sus añorados cuentos; y siguió buscando sin saber cómo
solucionar ese mal.
Hundido
en el desaliento pasaba el tiempo y no encontraba el sosiego. Sus personajes de
cuento entristecieron tanto que borraron el nombre a la alegría. Una mañana
después de caminar kilómetros, llegó a un bello y verde lugar conocido como
Uccia, donde las aguas cristalinas que bañaban sus arroyos y ríos reflejaban
una atmósfera de ensueño. La paz vivía en armonía con la naturaleza.
Sorprendido por la belleza de aquel territorio y transparencia del líquido, se
detuvo a su paso. Cuando agachado a la orilla cogió agua para refrescarse la
cara del calor del camino, observó en su reflejo unos dibujos que el sol del ya
tardío verano había surcado en la piel de aquella cabeza calva. Los dibujos le
resultaban familiares, pues mucho se parecían a los personajes de sus cuentos,
pero deshidratados, desfigurados y extenuados. La tristeza fue entonces
profunda. Al tocar fondo, su ojo emitió una lágrima que al caer al río formó
unos círculos ondulados. Del centro de los mismos surgió una ninfa perlada que
se había extraviado de un cuento y que tenía por costumbre conceder un deseo al
día al transeúnte que se detenía en sus aguas. La ninfa se dirigió al
cuentacuentos diciéndole:
- Tu voz me resulta conocida. Yo
he sido protagonista de tus cuentos. He sido intérprete de las emociones, de
los recuerdos y de las esperanzas. Mientras me siga encomendada la tarea de
velar por el camino, personas como tú, dedicadas a la hermosa actividad de
crear magia frente a frente, estarán a salvo la tristeza. Has hecho un largo
camino y has pagado un caro precio. Dejas a los amigos con los que has
compartido la factura que la vida pone a cada paso y, a veces, te han pagado
con enfado. Has soportado vanidades, displicencias y otras miserias. Y, sin
embargo, a todos ellos has legado un alma limpia de palabras. Tú serás el
elegido para mi deseo del día: “QUE NUNCA MÁS TE FALTEN LOS CUENTOS”.
La
ninfa desapareció misteriosamente en el agua. De pronto, los dibujos de la
clava comenzaron a hidratarse y a adquirir formas vivientes, uno a uno, todos
fueron volviendo al interior de su cabeza, desde donde comenzaba a salir música
y risas. El cuentacuentos, desconcertado por la cantidad de gente que se
dirigía hacia él, probó una vez más aquella vieja receta y feliz se quedó
murmurando: “érase una vez…”.
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